Históricamente, las experiencias traumáticas y los factores estresantes en la infancia se han pasado por alto como factores predisponentes al desarrollo de diversos trastornos de dolor crónico y afecciones psiquiátricas, como la fibromialgia, el síndrome del intestino irritable, el insomnio, la depresión, la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático y el síndrome de fatiga crónica. Sin embargo, la situación está cambiando, ya que las investigaciones revelan una correlación significativa entre el trauma infantil y la salud en la edad adulta.
El sistema nervioso central se desarrolla rápidamente durante la infancia y se condiciona para responder a diversos estímulos y factores estresantes que se presentan en la vida. Al encontrarse con diversos estímulos ambientales, se crean nuevas vías entre las células cerebrales en respuesta a cada estímulo. Por ejemplo, una experiencia placentera, como un abrazo de los padres o un dulce, crea vías que enseñan al cerebro a responder placenteramente a esos estímulos.
Del mismo modo, una experiencia aterradora creará y ejercitará vías que responden al miedo. Este proceso de creación de nuevas vías en respuesta a estímulos se conoce como neuroplasticidad. A medida que envejecemos, la neuroplasticidad disminuye, lo que significa que es más difícil desarrollar nuevas vías y ajustar las respuestas de nuestro cerebro a los estímulos. Los niños tienen una clara ventaja al poseer un alto grado de neuroplasticidad. Sin embargo, esto también resalta la importancia de proporcionar estímulos significativos al cerebro en desarrollo para asegurar el desarrollo de vías positivas.
En presencia de un sistema de apoyo sólido y factores estresantes normales y de corta duración, las respuestas al estrés de un niño se activan y amortiguan adecuadamente mediante relaciones de apoyo. De esta manera, se desarrollan vías positivas en el cerebro y se entrena al sistema nervioso para responder adecuadamente a los factores estresantes normales de la vida. A medida que el cerebro se enfrenta a diversos factores estresantes, se desarrolla una resiliencia saludable que le permite afrontar circunstancias cada vez más estresantes con respuestas biológicas normales.
En ausencia de relaciones de apoyo o en presencia de factores estresantes extremos o prolongados, la respuesta al estrés se activa de forma inapropiada y puede afectar negativamente el desarrollo del cerebro y el sistema neurológico. A medida que se activan las regiones cerebrales responsables del miedo, la ansiedad y las respuestas impulsivas, se desarrollan vías neuronales que las favorecen. Posteriormente, las regiones cerebrales responsables del razonamiento, la planificación y el control del comportamiento pueden carecer de vías neuronales adecuadas, lo que genera una propensión a emociones negativas como el miedo, la ansiedad, los ataques de pánico y la depresión.
La respuesta humana al estrés desencadena una cascada de eventos que impactan el cerebro, el sistema neurológico y diversas glándulas endocrinas y hormonas, lo que explica su amplia influencia en la salud. La respuesta al estrés comienza cuando las neuronas experimentan estresores o estímulos ambientales, los traducen en mensajes y los envían a través de vías a diversas regiones del cerebro para su interpretación y respuesta. Durante estas actividades, se desencadena la producción de sustancias químicas cerebrales, conocidas como neurotransmisores.
Los neurotransmisores envían mensajes a otras regiones del cerebro y otros órganos. Estas sustancias químicas se comunican con las glándulas suprarrenales (del sistema endocrino), que producen hormonas como el cortisol y la epinefrina (adrenalina). Estas hormonas son responsables de la respuesta tradicional de “lucha o huida” ante factores estresantes traumáticos o peligrosos.
Si bien estas hormonas son útiles si necesitamos evitar una pelota o un accidente de coche, la activación crónica de estas hormonas puede debilitar la salud del sistema inmunitario, el intestino, los sistemas energéticos y la percepción del dolor, contribuyendo así a diversos problemas de salud como el síndrome del intestino irritable, el síndrome de fatiga crónica y la fibromialgia. Cuando la respuesta al estrés se activa excesivamente durante la infancia, se vuelve hipervigilante y tiene dificultades para mantener el equilibrio en la edad adulta.
Según la Red Nacional de Estrés Traumático Infantil, los factores de estrés traumático más comunes que afectan a los niños incluyen accidentes, traumas físicos, abuso, negligencia y exposición a violencia doméstica y comunitaria. Otros factores de estrés de gran impacto incluyen la muerte de un familiar, el divorcio, el abuso de drogas o alcohol, y los desastres naturales. Al presentarse durante la infancia, estos factores de estrés traumáticos predisponen al sistema neurológico y al sistema de respuesta al estrés, lo que produce respuestas exageradas a estímulos normales. La fibromialgia y el síndrome del intestino irritable son dos ejemplos de respuestas neurológicas hipervigilantes.
Estímulos normales, como el viento en la cara o el roce de la ropa contra la piel, pueden producir sensaciones dolorosas en personas con fibromialgia, lo que ilustra una respuesta exagerada al dolor. Los factores estresantes normales que provocan que el sistema neurológico estimule inapropiadamente los músculos del intestino, lo que provoca estreñimiento y diarrea espástica alternados, es un signo clásico del síndrome del intestino irritable. La respuesta al dolor también se intensifica en personas con síndrome del intestino irritable, causando dolor abdominal.
Actualmente, se desconocen las causas específicas de las afecciones asociadas con el dolor crónico y la fatiga, como la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica; sin embargo, casi dos décadas de investigación han señalado firmemente que los factores de estrés en la primera infancia son factores de riesgo importantes para el desarrollo de estas afecciones. Si bien no todos los niños expuestos a factores de estrés traumáticos experimentarán problemas de salud emocional y física, las investigaciones demuestran que los niños expuestos a eventos traumáticos o factores de estrés prolongados tienen 2,7 veces más probabilidades de experimentar afecciones somáticas funcionales (afecciones funcionalmente debilitantes sin causa específica), como la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica , el dolor crónico, el síndrome del intestino irritable y otras.
Además, estas afecciones suelen coexistir con trastornos psiquiátricos como la ansiedad y la depresión. La edad a la que se experimenta el trauma o el estrés , su duración e incluso el tipo de trauma no parecen modificar esta alarmante estadística.
Considerando la creciente prevalencia de trastornos somáticos funcionales, problemas emocionales y psiquiátricos, es importante considerar la influencia de las experiencias infantiles en el desarrollo de estos trastornos. Reflexionar sobre traumas pasados no siempre contribuye a la salud y la sanación, e incluso puede ser contraproducente. Sin embargo, comprender su influencia en la salud ayuda a identificar adecuadamente trastornos de salud difíciles de detectar, como la fibromialgia.
También es importante comprenderlo para proteger a las generaciones futuras de los efectos debilitantes del trauma y el estrés infantil. Finalmente, sirve como un buen ejemplo del éxito de un enfoque de medicina funcional, que se basa en un historial médico y de estilo de vida exhaustivo para reconstruir la historia de la salud de una persona y comprender las causas profundas de los problemas de salud.
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